Resulta difícil hacer una valoración en momentos en los que aún prima la emotividad donde como es lógico se expresan sentimientos de justa ira y necesidad de renovación. Ningún sistema sanitario ni ninguna organización del tipo que sea están preparadas para asumir la brutal demanda que se ha generado y creo que se ha tratado nuestro sistema de salud injustamente dando la impresión de que es inoperativo y que tan solo la voluntad, arrojo y esfuerzo de los profesionales es lo que ha permitido dar la respuesta a esta pandemia.
Nadie puede poner en duda esta entrega de los profesionales. Es justo y merecido que se alabe su esfuerzo (más aún tras el maltrato institucional a que se les ha sometido). Ahora bien, conviene tener presente que los profesionales no podrían haber hecho casi nada de lo que han hecho y su esfuerzo no vería recompensado por ninguna parte si no dispusieran de unas organizaciones sanitarias donde desarrollar su trabajo. Mejor o peor dotadas, mejor o peor organizadas lo cierto es que sin organizaciones sanitarias, sin sistema sanitario, el trabajo de los profesionales no habría sido posible. Si algo no ha funcionado en la gestión de esta crisis no ha sido del sistema sanitario, sino la incapacidad para controlar la demanda (el contagio masivo por coronavirus) donde se observan déficits históricos que ponen de manifiesto la incapacidad de los responsables de salud pública de llevar a cabo su trabajo.
Desde el punto de vista de la gestión he echado mucho en falta la colaboración institucional y la falta de liderazgo. Un buen número de responsables políticos están huidos, carentes de estrategia e incluso sin apenas capacidad de reacción con organizaciones públicas hipotecadas completamente por la política. Hemos podido apreciar una Administración Pública esclerótica que se caracteriza por no disponer de política efectiva ni dirección, carente de hoja de ruta y que se pierde en el océano de normas o laberintos burocráticos.
Así se explica la práctica desaparición de gran parte de departamentos de la administración central en esta crisis como son por ejemplo cualificados funcionarios de élite de la AGE que debían haber sido capaces de dar respuestas adecuadas y eficientes a muchos de los problemas de los gestores sanitarios, a los responsables de la Intervención General del Estado a la hora de facilitar la aplicación del estado de alarma en los procesos de contratación de personal o materiales o a los colegas de hacienda a la hora de reinterpretar la normativa presupuestaria. Ello hubiera facilitado enormemente las cosas.
De esta crisis creo que debemos aprender varias lecciones que nos dan pistas solventes de cómo construir entre las que destaco en primer lugar tomar conciencia de que habrá que adoptar medidas drásticas y minimizar su impacto en el sistema sanitario. Por otra parte, es inaplazable redefinir y reforzar la salud pública porque no podremos afrontar con garantías ninguna situación similar si sigue descapitalizándose. Pero al mismo tiempo me temo que es imprescindible ya avanzar en nuevas formas de organización y de gestión de nuestro sistema sanitario en la búsqueda de la mayor transformación de este desde su creación, no solo derivado de la crisis que estamos viviendo sino por los retos que el envejecimiento, la cronicidad y las tecnologías suponen para el mismo.
Nos encontramos en un momento importante, casi trascendental porque los retos que nos plantea esta pandemia están sobre la mesa son muchos y muy diversos, desafíos que requieren de creatividad, de valentía y responsabilidad por igual.